domingo, 24 de enero de 2010

sigo buscando


No soy Guayaquileño, no nací acá, pero a veces me siento más porteño que muchos. Tengo por sueño vivir en un rústico departamento frente al manso Guayas, en la calle Simón Bolívar.
Mi mejor rutina es verme en Víctor Emilio Estrada tomando un café por la tarde, con un cigarro encendido entre los dedos, y un libro de Sartre en mi meza. A ella la dejo de buscar, porque la tengo cerquita, tenemos en común lo que tiene un Moscardón con una abeja, exactamente lo mismo, desgraciadamente igual.
Tengo una verdad tan cobarde, que me avergüenza contarla, aunque me conozco y sé que algún día la contaré; a ella la vi por primera vez hace ya un año, y me detuve justo cuando iba tras ella a preguntarle quien era, y diez meses después la volví a encontrar, y desde entonces somos protagonistas que pasan, se miran, se escuchan , se leen, pero de ahí no pasamos.
Somos un par de espigas en el otoño chileno, en Valparaiso fui fantoche, en Guayaquil soy destierro.
Somos una tarde en la arena, una madrugada callejera, una copa de champagne, un sol que no ilumina, porque se apagó de tanta luz.
ella y yo somos dos golondrinas volando en cielo claro y topando de vez en cuando, yo de enamorado soy ciego, ella de ciega está enamorada, de algo, de otra vida, de otra opción.
Su cuerpo me mata, me enloquece sólo con mirarla, como para bajarle la luna y darle rienda rota al placer.
Una vez en Guayaquil me di cuenta, que acá en el sur no tengo riendas, quien sabe lo que haga o en quien piensa.
Ella y yo estamos donde tenemos que estar, yo fumándome la vida, inventándola en el humo de mis cigarrillos, y ella, sola con gente, muy solita, por tener que seguir algo, un tren que pasa, dicen, una vida prescrita digo yo.
Somos los balcones de Neruda, ella sola, yo creyéndola reina, haciéndola mía, como en este remezón, del corazón.
Temprano, Kathe. Sigo esperando a que te hartes de tu té.

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