domingo, 22 de mayo de 2011

Tamarindo de Quito

Se enamoran los besos del espejo
Cuando de espalda se mira, finita, la luna
Son candelabros de ripios, los sonetos.
Caminarse los adoquines de la capital abrazado a su cintura.

Una noche, en un bar de la Foch
Mientras acariciaba con sus dedos el filo de la copa
Me dijo «vámonos a dormir»
Y nos fuimos, a una muestra de Dalí en su alcoba.

Dama de la capital,
Piernas sensuales,
Banderas en el corazón,
Pecado manabita, guiños malabares
Sueños de nadie, tormenta al amanecer
Medias de nylon, economista de banco, delicia de mujer.

Cuando se despertó, tenía un beso colgado en la pared
Un rímel olvidado en el armario,
El brasier libre y tropezado en la alfombra,
Blanca y negra como el ajedrez,
Caricias en la ventana, en un florero bajo la sombra de un rosario.

Y mis papeles sudando poesía,
Con un café en la cocina
Y el cenicero fumándose el agravio.

La altura y sus estragos,
Y una estación de tren entre sus piernas,
El suero del frio de los exiliados
Yo, manabita, igual que ella.

Dama de la capital,
Piernas sensuales,
Banderas en el corazón,
Pecado manabita, guiños malabares
Sueños de nadie, tormenta al amanecer
Medias de nylon, economista de banco, delicia de mujer.

Lluvia de visas al edén, con esa minifalda,
Que hace volar al corazón en la Plaza de la Independencia,
Té de manzanilla, cinco de la tarde, besos en la espalda,
Su boca, la octava maravilla del planeta.

Cuando se mueven en sus pantorrillas mis caricias
Que se emborrachan con merlot entre los dedos
Me espera del otro lado del teleférico
Mientras escribe con tiza las ganas de amar, que siguen vivas.

Tamarindo de Quito, Madeimoselle de Calceta
Liguero azul en los muslos, besos de nadie en la coleta.

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