domingo, 3 de julio de 2011

Crónica de la cajera del banco

Rubia como las Barbies de Al Pacino,
Quieta como las calles adolescentes,
Estudiada como el álgebra de los hilos,
Mordaz como los asuntos pendientes.

Transparente como el jabón de los pobres,
Sexy como las putas con pedigrí,
Cruel como el papel de los roles,
Ingenua como la agenda de abril.

Las ratas son felices con restaurant de madrugada,
Y yo me quejo por no saber su nombre,
Y los gatos del basural que bailan lambada,
Se cuelan sin dueño como el poeta por las noches.

Tierna como la coca del papa,
Inservible como el baño de las discotecas,
Son las perlas del «hola, ¿cómo te llamas?»
Son el rastro de las huellas digitales en la cremallera.

Suave como el gancho de Tyson,
Despistada como su saco azul,
Tímida como el frio de los aplausos,
Descarada como las lágrimas del blues.

Amanecía con café apurado, taxis, tarjetas,
Piquito de papi en la mejilla
Números impropios, tercos detrás del cristal de lentejuelas,
Arcaicos placeres, tele, calendarios, siete días.

Yo con la prensa de ayer, siempre despistado
Cigarro en mano, humo, nicotina, dolor,
De frente ella, pelo pintado,
Tacos de agujas, minifalda color crema, del otro lado el corazón.

El vacío entre los dos era Rembrandt embotellado,
Tildes diacríticas sin historia
Rímel en la memoria,
Quería olvidar al idiota que la había dejado.

Fría y quieta como las seis de la mañana,
Dócil como el pleonasmo del te quiero mucho
Perogullada, qué va, no hay cómo, me dije
Tautologías de taxis de labial, y yo quería ser su diadoco, su beso nulo.

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