Carta abierta a Juan Manuel Zuluaga, editor de Revista Cronopio.
Desde Guayaquil, hasta Medellín (o donde quiera que estés)
¿Hace cuánto empezamos esto,
Manu? Creo que ya hace un año largo, tú no me conocías ni creo que te afectaba
tanto aquella circunstancia. No recuerdo bien cómo derrapé en Cronopio, quizá
buscando algún escape formal y no tan doloroso en alguna revista cultural, como
quien busca la cerradura cuando se ha marchado la luz o despierta de madrugada
por un vaso de vino y no sabe dónde está el interruptor (ni el vino, sucede en
los hoteles de paso).
He venido colaborando con
ustedes, Grandísimos Cronopios, sin pretender remuneración alguna ni nada que
se le parezca, ni fama ni demás. Sólo la convicción enorme de que en algo
aportamos para el continente. Tantas veces, no sabes cuántas, recibí
comentarios afectuosos, gente de otros lados, otros países, diciéndome que tal
o cual cosa sobre mis poemas, que tal le recordaba a alguien, a un ser perdido,
algún amor que se fue. No sé si recordarás aquel Cirque du soleil que
publicamos allá por abril, pues bien, ocho meses después recibí un telegrama
(qué lindo suena, pero no, fue correo electrónico) de Rafael Arencón, un tipo
radicado cerca de Barcelona, comentándome que conocía a la familia de los
hermanos Tonetti y que le haría llegar aquel poema a sus viudas. Imaginarás
cuánta alegría, justo cuando atravesaba y atravieso una etapa burda y cursi de
depresión epistolar y crisis creativa.
Esto lo vengo escribiendo desde
hace tantos meses, mirando por la ventana, encendiendo un cigarrillo, saliendo
a caminar; estoy atravesando quizá la etapa más dolorosa de un escritor,
carajo. No es fácil, no ahora, escribir cada domingo un beso en la ventana, no
me es fácil, no tengo a quien escribir, por quién hacerlo, más allá de los
lectores anónimos que seguro tenemos, pero no es suficiente si no regresa la
pelotita. No sé si comprendas mi lenguaje, sé que padezco de mala expresión. Quiero agradecerte un montón, estimado Manu, a
vos y a Alzate, tu escudero; agradecerles a todos por aguantar la notoria labor
de ubicarme cada semana, como quien recluta a un soldado en el fondo de la
ciudad. Ustedes, sin saberlo, me obligaron a descubrirme y ver qué más podía
dar. Por eso y más, gracias.
Pero aquí me bajo, hermano
Manuel. No doy más, el vino se acaba y la inspiración también. Me llevo los
besos volados de las lectoras, los lloriqueos de alguna, el abrazo del lector y
de todos ustedes. Me voy de vacaciones a Isla Negra donde pueda leerme otra vez
y empezar de nuevo, y cuando suceda, siendo yo mejor, iré con ustedes otra vez,
a navegar por el continente, por nuestra América.
Un abrazo a vos, a tu mujer, a tu
hijo. Nos veremos algún día en alguna feria de libro.
P.D.: Que éste sea mi último
poema, Manu, publícalo.
Miguel Alavalcívar
Del hpta!! lo mejor...
ResponderEliminarSos un genio!!
ResponderEliminar